Educación autoritaria o educación permisiva
A través del patrón de crianza establecido por los padres, los niños descubren la norma social, aprenden a socializarse. Por ello, los padres han de decidir el tipo de educación que desean para sus hijos, los valores que quieren transmitirles.
Educación autoritaria
Hasta los años 80, el modelo educativo familiar más común, el tradicional, era el modelo autoritario. Y es un modelo que permanece todavía en algunas familias: el de estructura piramidal en el que los padres imponen sus ideas de forma rígida, sin tener en cuenta los criterios personales del hijo. La comunicación es siempre unidireccional y sólo se transmiten los deberes que el niño tiene que cumplir. Este modelo puede tener efectos negativos para el pequeño: inseguridad, mala imagen de sí mismo, problemas para adquirir autonomía, dificultades para tomar decisiones y desarrollo de comportamientos agresivos con los demás, que van a traer consigo rechazo y aislamiento.
Educación permisiva
Como reacción a este modelo, hay padres que han optado por el patrón permisivo: son indulgentes y no transmiten al hijo lo que está bien o mal ni lo que esperan de él, por lo que éste carece de referencias. No ponen límites a la conducta del niño y satisfacen de forma sistemática todos sus deseos. De esta manera, después, el pequeño se siente infeliz porque no ha ido aprendiendo progresivamente a asumir límites y responsabilidades sobre los hechos ni a desarrollar la fuerza de voluntad, y tampoco ha interiorizado un mundo de valores que orienten sus actos y le den estabilidad. Cualquier altercado le desborda, lo percibe como fuera de su control. No aprende a controlarse ni asume responsabilidades, por lo que va adoptando con los padres una actitud de exigencia cada vez mayor, convirtiéndose en un «pequeño tirano», colérico y agresivo con los demás.
Fallos de la educación autoritaria y la permisiva
Ambos modelos educativos son perjudiciales en el proceso de socialización. Cuando los padres son demasiado exigentes y piden al niño esfuerzos por encima de su edad, el pequeño se vuelve inhibido, pasivo, con miedo al fracaso y no interactúa con los demás. Los padres sobreprotectores restringen el entorno del niño y sus posibilidades, y lo vuelven miedoso, dócil y dependiente. Y los padres que, por temor a dañar psicológicamente al niño, son demasiado permisivos con él, confunden el estado de placer con el estado de bienestar del pequeño y le provocan dificultades de adaptación social y una falsa percepción de sus capacidades.
La mejor educación
Un buen modelo educativo es el de la autoridad fundamentada en el diálogo, teniendo en cuenta las características personales del niño. Los padres han de decidir el tipo de educación que desean para sus hijos, los valores que quieren transmitirles. Deben dejar claras las pautas de comportamiento y comunicarlas con coherencia, una de las claves educativas.
De esta manera, padres e hijos son sujetos activos y responsables del proceso educativo. Haciendo partícipe al hijo, siempre de acuerdo con su edad, de las decisiones que le afectan para que se identifique con ellas, asumirá con más facilidad la disciplina, el esfuerzo necesario para superar las dificultades de la vida, la responsabilidad sobre sus actos y confiará en su capacidad para controlarlos. Será independiente y tolerante, capaz de relacionarse de una manera adecuada para los demás y que, al mismo tiempo, resulte satisfactoria para él.
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