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  El papel de los padres ante los deberes de los hijos
 

El papel de los padres ante los deberes de los hijos

La familia es la plasmación por antonomasia de una comunidad de personas. Salvo desviaciones de su condición esencial, en este ámbito natural y cultural cada miembro es verdaderamente querido y reconocido. Este dato explica su capacidad formativa, pues es bien sabido que sin amor no hay educación verdadera. Sin embargo, la magnitud humanizadora de la familia, una de las más celebradas y evidentes, ha menguado considerablemente en los últimos tiempos, sobre todo por razones sociales y laborales, a la par que ha aumentado la función educativa exigida a los centros escolares.

Aunque la delegación educativa de los padres en la institución escolar sea una constante, nunca se había recortado tanto como ahora el papel de los progenitores en la formación de sus hijos. Por muy equipadas que estén las escuelas no pueden ni deben sustituir a los padres en su responsabilidad educativa. Se sabe que la acción directa, acogedora y benigna de los padres en el proceso formativo de los hijos es clave en su desarrollo saludable y que la ausencia injustificada e imprudente de esta participación no se compensa con matrículas colegiales costosas.

Colegio y padres de la mano

La realidad se muestra elocuente y proporciona sobrados indicios que obligan a defender en el hogar una actuación parental apropiada y suficiente que adopta la forma de patrón educativo cálido y razonable integrado por el ejemplo, la autoridad, la confianza, la comunicación y el amor. Ahora bien, para que esta constelación de notas cumpla su cometido formativo es preciso que los padres permanezcan atentos al rumbo escolar de sus hijos. Cuando los esfuerzos educativos de la familia y la escuela concurren, el horizonte del niño se despeja. El antagonismo entre las dos instituciones es tan artificial como perjudicial. Naturalmente cada una presenta unos rasgos diferenciales, pero no tienen por qué contraponerse, y acrecentar la distancia y la oposición entre ambas equivale a errar educativamente. Por eso, es obligación de padres y profesores la apertura mutua y la interrelación fluida. Tan negativo resulta para el hijo o alumno unos padres que no se acercan a su colegio ni por casualidad como unos profesores encerrados en su torre de marfil. Sin embargo, es justo precisar que no todo es cuestión de visitas y reuniones. Uno de los aspectos donde se patentiza la sana preocupación por los hijos es el referido a los estudios, genuina labranza personal que se extiende a toda la vida escolar y que, si bien es tutelada por los centros educativos, ha de realizarse con el concurso de la familia.

A medida que crece se producen significativos cambios psíquicos y corporales en el niño que le enfrentan con nuevos retos y le capacitan para aprendizajes más complejos.
El período de desarrollo, intenso y dilatado, se caracteriza por el paulatino enriquecimiento comportamental. Este proceso de cambio incensante desborda las leyes estrictamente biológicas y está claramente influido por las condiciones familiares y socioculturales. Es aquí donde la educación se manifiesta con todo su valor, pues resulta decisiva para compensar las limitaciones y desplegar las potencialidades personales. No obstante, conviene advertir que tan negativo puede ser el proceso formativo lento como el acelerado. Los riesgos derivados de una actuación parental inadecuada o precipitada se evitan en gran medida con asesoramiento docente y técnico, labor esta que se beneficia a su vez de la información que los padres proporcionan.

Deberes sí, pero sin abusar

Con el ingreso en el centro educativo y su participación en el fluir programado y sistemático el niño asume su nueva identidad de alumno que comporta la asunción progresiva de responsabilidades. La vida infantil toma así una nueva trayectoria en la que ya no queda todo confiado al quehacer natural de los progenitores. En sentido estricto entra en escena la pedagogía escolar, cuya fuerza reguladora desborda el salón de clase y penetra en el hogar del niño.
Los deberes muestran nítidamente que el estrenado rol de estudiante también comporta obligaciones. Estas actividades infantiles, no exentas de controversia, han de complementar a las realizadas en el colegio y deben encaminarse a recuperar, afianzar o avanzar distintos aspectos del aprendizaje. En el amplio espectro de ejercicios posibles cabe citar, por ejemplo, el estudio de un tema, la redacción, el dibujo, la resolución de problemas o la realización de un trabajo manual. El establecimiento arbitrario o abusivo de deberes ha de descartarse. La imagen de niño privado de esparcimiento y juego, sobrecargado de actividades inconexas y abrumado por la escasez de tiempo para realizarlas configura una estampa tan triste como la que ofrece el difundido retrato infantil en que su ocioso y solitario protagonista no se despega durante horas de la pantalla del televisor o videojuego.
Para que los deberes sean beneficiosos han de enmarcarse en una estrategia pedagógica que valore y estimule el esfuerzo personal, pero que no impida al niño disfrutar de la compañía de familiares y amigos, de actividad lúdica ni de descanso. Asimismo, las tareas encomendadas, fruto de la coordinación del equipo profesoral, han de respetar las diferencias existentes entre los alumnos y acomodarse a su edad, ritmo de aprendizaje, situación, necesidades, aptitudes e intereses. .
Las tareas escolares en casa abren una ruta formativa idónea para conquistar autonomía y consolidar el hábito de trabajo. Por otro lado, en la medida en que los deberes permiten aplicar en el hogar los conocimientos y destrezas adquiridos en el colegio, fortalecen la demandada comunicación entre padres y profesores.

Actitud ante los deberes de los hijos

Llegado este punto es oportuno señalar que carece de sentido que los padres realicen los deberes de sus hijos. El trabajo escolar responde a una finalidad educativa que se esquiva cuando son los progenitores quienes lo realizan, con el consiguiente perjuicio en sus hijos. Tampoco es recomendable que en torno a los deberes predomine la postura permisiva ni la rigidez sancionadora, porque pueden conducir respectivamente a que el hijo haga lo que quiera o a que realice las tareas por temor y no por verdadero compromiso. Es muy saludable, en cambio, la actitud de los padres presidida por la conversación, el equilibrado control, el acompañamiento, la orientación y siempre presta a garantizar las condiciones ambientales apropiadas para el trabajo escolar, sobre todo en lo que se refiere al lugar, la planificación y los recursos utilizados. Esta disponibilidad parental, expresión de comprensión y ayuda, resulta muy estimulante, al tiempo que fomenta la autoexigencia, el hábito de estudio y la responsabilidad.

Recuerda

SÍ:
* Fomentar el hábito de estudio y la responsabilidad.
* Actitud comunicativa y colaboradora.

NO:
* Hacer los deberes por los hijos.
* Adoptar una postura permisiva o la rigidez sancionadora.

 
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