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  La amistad y los niños
 

La amistad y los niños

Los niños aprenden habilidades y estrategias sociales con los amigos que son imposibles de adquirir en el contexto familiar.

Con los adultos se produce el primer tipo de relación social. A través de las complejas relaciones que el niño establece con ellos, adquiere las habilidades sociales, necesarias, por ejemplo, para compararse y diferenciarse de los demás, cooperar, competir, intercambiar, negociar o defenderse.

Aprender a negociar

Al salir de la familia, el niño descubre múltiples posibilidades para seleccionar sus compañeros de juego. Aprende también que sus iguales no le aceptan fácilmente. Tiene que convencerlos de sus méritos como compañero y a veces tiene que anticipar y aceptar la exclusión.

Juego entre iguales

La situación imaginaria que supone el juego proporciona un contexto protegido que permite a los niños ensayar determinadas habilidades necesarias para su vida adulta, sin los riesgos que supondría comenzar a practicarlas en la vida real.
Por ejemplo, a partir de los tres años de edad, suele observarse entre niños un tipo específico de juego que los ayuda a socializar su agresividad: el juego desordenado o de lucha, muy frecuente cuando interactúan al aire libre; en el que corren, saltan, ríen, se empujan, chillan..., practicando una serie de conductas que les permiten ir aprendiendo a controlar su fuerza y su agresividad sin llegar a utilizarla.
Se ha observado que los niños que no tienen oportunidades de juego desordenado antes de los cinco años tienden a evitar las actividades que suponen contacto físico o el más mínimo riesgo, así como para afrontar situaciones sociales que implican cierta ambigüedad.

Hablar con iguales

A medida que se acerca la adolescencia disminuye la necesidad de jugar, porque la función psicológica que cumple el juego va siendo sustituida por la capacidad para hablarse a uno mismo sin necesidad de representar externamente estos mensajes.
Un compañero proporciona una oportunidad de comunicación mucho más próxima al lenguaje interno que la que proporciona un adulto.
La comunicación con amigos sobre lo que cada uno siente suele ser un excelente medio para comprenderse mejor, aprender a controlar las emociones y poder así prevenir problemas posteriores.

Habilidades para la amistad

Las habilidades necesarias para hacerse amigos son:

1.- Llevarse bien al mismo tiempo con adultos y con iguales.
Los niños más aceptados por sus compañeros se diferencian de los rechazados por ocupar una posición positiva en el sistema escolar, logrando hacer compatible su relación con tareas y profesores con la solidaridad hacia sus compañeros.

2.- Colaborar e intercambiar el estatus.
De los 6 a 8 años, los niños suelen aprender a colaborar en tareas con otros niños. Desde estas edades se observa que los niños a los que sus compañeros piden más información (dándoles un estatus superior) son también los niños a los que más información les dan (que dan a los demás un estatus superior).

3.- Expresar aceptación: el papel de la simpatía.
Los niños más aceptados por sus compañeros de clase se diferencian de los niños rechazados por ser mucho más sensibles a las iniciativas de los otros niños, aceptar lo que otros proponen y conseguir así que los demás los acepten.

4.- Repartir el protagonismo y la atención.
Uno de los bienes más valorados en las situaciones sociales es la atención de los demás. Comprenderlo y aprender a repartirla sin tratar de acapararla de forma excesiva (como hacen los niños que resultan pesados y por eso rechazados), ni pasar desapercibido (como sucede con los niños aislados), es una de las más sutiles habilidades sociales.

Estrategias sociales

Desde la edad de un año pueden detectarse en los niños conductas utilizadas intencionadamente para conseguir algo de los demás. La primera de estas estrategias sociales suele ser el llanto, y su desarrollo próximo consiste en pedir o proponer directamente lo que se pretende.
Las relaciones entre iguales suelen suponer un fuerte impacto en la adquisición de estrategias sociales. Con sus compañeros, los niños descubren con frecuencia que para conseguir un objetivo no basta con pedirlo directamente. Así, desde los 6 años, la mayoría de los niños llega a darse cuenta de la necesidad de dar algo a cambio; y más tarde, la de considerar la perspectiva del otro para llevar a cabo estas negociaciones.

Situaciones ambiguas

Desde los 11 años aproximadamente, la capacidad de los niños para resolver conflictos sociales se refleja en su habilidad para controlar las emociones negativas que dichos conflictos implican, especialmente en situaciones ambiguas, en las que son posibles varias interpretaciones.
Se ha observado que los niños agresivos suelen tener dificultades para interpretar correctamente determinadas señales ambiguas procedentes de sus compañeros. Cuando, por ejemplo, reciben un pisotón en una fila, suelen interpretarlo como una muestra intencional de hostilidad por parte del otro niño, descartando inmediatamente la posibilidad de que pudiera ser sin querer. La interpretación de hostilidad hace que el niño responda con agresión a estas situaciones ambiguas y sea después efectivamente agredido, originando una escalada de agresividad que le impide establecer relaciones sociales adecuadas.

Rechazo y aislamiento

Los niños que no pueden establecer relaciones adecuadas con sus compañeros de clase tienen más riesgo de sufrir otro tipo de problemas socioemocionales y menos oportunidades para aprender a superarlos.
Y conviene diferenciar en ellos dos situaciones: la de los niños que son rechazados por los compañeros y la de los niños aislados. Ambos suelen carecer, y necesitan por tanto aprender, de las cuatro habilidades para hacerse amigos que se han descrito antes.

Uno de los principales riesgos del niño rechazado es que con el tiempo aumente su comportamiento antisocial. Para evitarlo es preciso proporcionarle oportunidades positivas para conseguir la atención de los demás, ayudarle a diferenciarla de la que obtiene cuando crea problemas.

El niño aislado se caracteriza por no ser aceptado ni rechazado, sino ignorado por sus compañeros, entre los que pasa desapercibido. Suele manifestar miedo y ansiedad al permanecer inmóvil, en silencio, suele mover los pies con nerviosismo y evitar el contacto con sus iguales.
Para ayudar a superarlo conviene dar confianza, promover activamente que comience a relacionarse con otros niños y manifestar reconocimiento cuando lo haga.

Resistir la presión

La fuerte necesidad que tienen los adolescentes de relacionarse con compañeros y sentir que forman parte de un grupo puede hacerles demasiado vulnerables a la presión, directa o indirecta, real o imaginaria, que reciban del grupo de iguales. Así cabe interpretar, por ejemplo, que una de las razones más frecuentemente aludidas para consumir drogas sea que los amigos también las consumen. Por eso, para prevenir hay que corregir dichas distorsiones, favorecer la integración en grupos de compañeros constructivos, enseñar a resistir cualquier tipo de presión social cuando ésta sea destructiva y ayudar a afrontar la tensión que puede suponer sentirse diferente al mantener el propio criterio.




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