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  a lucha contra el fracaso escolar empieza en la Educación Infantil
 

La lucha contra el fracaso escolar empieza en la Educación Infantil

De cada diez alumnos españoles, tres no logran el título de Graduado en ESO al terminar su escolarización obligatoria. El denominado "fracaso escolar" suele ser el resultado último de un largo camino de dificultades originadas mucho tiempo atrás. Tanto que en ocasiones puede remontarse hasta los primeros años en las aulas.

Cada niño y cada proceso de aprendizaje son un mundo. Aunque no conviene generalizar, sí está claro que los alumnos pueden mostrar conductas poco beneficiosas, tener carencias importantes o soportar agentes externos en edades muy tempranas que desembocan en fracasos más graves en edades más tardías. En los primeros años de escolarización, muestran ciertos síntomas que más tarde se traducen en dificultades para continuar el proceso de aprendizaje», opina Charo González, profesora de Primaria en un centro madrileño.
Esos síntomas pueden empezar a detectarse desde muy temprano, desde la Educación Infantil. Así lo estima la orientadora Carmen Saiz, quien destaca la importancia de una labor preventiva que pueda evitar que esas dificultades «provoquen desfases cada vez mayores con respecto a su nivel de competencia curricular, problemas de inseguridad y baja autoestima en el niño». Cada etapa educativa tiene su relevancia en la evolución psicológica del menor. Si en Infantil los factores de adaptación, el desarrollo del lenguaje y de la motricidad son muy importantes, el inicio de la Educación Primaria es fundamental. Según Saiz, en esta etapa «se van asentando las bases de la adquisición de las técnicas instrumentales: lectura, escritura y cálculo, ejes en los que se van a apoyar y desarrollar la mayoría de los contenidos educativos». Más adelante, ya en la ESO, es decisivo prestar atención al momento evolutivo y emocional «en el que se está afianzando la personalidad de cada uno con los cambios y repercusiones que esto conlleva».

Autoaprendizaje

Además de en Infantil, a lo largo de Primaria es cuando se establecen los hábitos de trabajo y las aptitudes y habilidades implicadas en los procesos de éxito o fracaso académico. «Las bases del autoaprendizaje –habilidades para categorizar la información y relacionarla, identificar causas y efectos, generar alternativas, evaluar la información, pensar en voz alta un plan de trabajo, y otras muchas relacionadas con la percepción, la atención y la memoria– se van a desarrollar y a aprender a lo largo de esta etapa educativa», precisa Carmen Piédrola, profesora de Pedagogía Terapéutica. Estos años, entre los 6 y los 12, resultan de gran importancia, añade, porque es precisamente cuando el alumno «aprende a aprender», a pensar y a resolver problemas tanto cognitivos, como académicos y sociales.
Según Piédrola, si todas estas «bisagras», prerrequisitos o estrategias de aprendizaje no se asientan de manera adecuada y si no se refuerzan desde otros ámbitos de desarrollo, como los entornos familiares o de ocio y tiempo libre, se puede estar en el origen de posibles dificultades en la interacción niño/conocimiento escolar. «Estas dificultades iniciales en Primaria, este mal anclaje de bases –que se observa a veces mediante la presencia de síntomas de desmotivación ante las actividades que se proponen, incapacidad para terminar las tareas, para seguir una orden o comprender el enunciado de un ejercicio, etc.–, pueden, si la intervención no se produce a tiempo y no se realiza de manera correcta, dar lugar a posibles retrasos y/o desfases curriculares», asegura.

Resolución de problemas

En el origen de estas dificultades puede haber problemas de tipo afectivo-emocional-familiar, de aptitudes –capacidad intelectual u otra discapacidad– o de actitudes o motivación, sostiene Carmen Saiz. Carmen Piédrola habla, por su parte, de variables de tipo emocional, variables relacionadas con el estilo de aprendizaje o variables de tipo institucional. Entre las primeras, señala el grado de confianza que el alumno tenga en sí mismo, la capacidad de respetarse y quererse, el grado de optimismo o pesimismo con el que se enfrente a la resolución de problemas o la relación afectiva y de equilibrio que mantenga con los adultos de referencia que le cuidan y protegen en su entorno familiar.
Entre las relacionadas con el estilo de aprendizaje, se encontrarían las técnicas, los hábitos y tiempos de estudio que el alumno tenga, el nivel de compromiso y/o motivación que muestre ante los contenidos escolares que debe aprender, los tiempos y tipos de atención y concentración que haya desarrollado o las frecuencias y oportunidades que se brinde a sí mismo para hacer uso de ese conocimiento escolar que ha ido adquiriendo.
Por último, entre las variables de tipo institucional, Piédrola cita como factores que pueden dar lugar a la aparición o desaparición de dificultades de aprendizaje el tipo de relación afectiva y de proximidad que se establezca con el profesorado y con los compañeros de clase, la manera en que se abordan –desde el centro y desde el aula– los contenidos escolares o la metodología que se utilice en clase, a lo que habría que añadir el que el centro cuente o no con programas específicos de atención a la diversidad.
La colaboración entre padres y profesores resulta fundamental. Carmen Saiz lo pone de manifiesto: «Los padres deben mostrar interés por lo que el niño ha hecho en clase, preguntándole, realizando el seguimiento y control de los deberes y tareas, reforzando positivamente el trabajo que el niño realiza, estimulando el hábito de la lectura, dedicándole tiempo, escuchándolo, transmitiendo valores en los momentos de reunión familiar, matizando y encauzando las acciones y comentarios que el niño relata y cuenta de lo que acontece en el medio escolar».
«Los alumnos que son ‘cuidados’ por su familia no suelen presentar fracasos irreversibles», agrega, a su vez, Charo González. «Me refiero a niños cuyas familias se preocupan por sus avances, que no bajan la guardia, que los ayudan a organizarse, que les dan estabilidad, que les indican -con su forma de estar y vivir- cuál es el norte, que les dan seguridad y cariño. Estos alumnos siempre tendrán una base sobre la que asentarse. Si presentan alguna dificultad», concluye, «será pasajera, propia de cualquier proceso de aprendizaje».


Diez consejos para encarar el final del curso

* Sistematizar hábitos de trabajo en casa, creando y respetando espacios y tiempos diarios de trabajo autónomo –en solitario– y guiado –supervisado con y por el adulto–. Es importante que, si el niño/a tiene dificultades para focalizar la atención o concentrarse en la actividad, no haya muchos estímulos que interfieran (televisión etc.).

* Usar sistemas de planificación y anticipación semanal. La agenda o el calendario permite al adulto y al niño ir anotando todas las tareas y actividades domésticas, escolares y de ocio a las que debe dar respuesta en un breve espacio de tiempo. La presencia de esas tareas –en texto o imágenes si es muy pequeño– en un soporte tangible como es el papel permite al niño reflexionar sobre su propio proceso de planificación y evaluar el éxito en el grado de consecución. Dedicar un tiempo diario a evaluar estas cuestiones permite analizar el grado de responsabilidad que se va asignando/adquiriendo y permite a su vez, detectar si existen o no dificultades.
* Evitar, como adultos, resolver al niño el problema origen de su conflicto –por ejemplo ante un problema de matemáticas o ejercicio de lengua–, y ofrecerle en cambio los medios, las estrategias o fuentes para que pueda descubrir uno de los pasos que le va a llevar o a aproximar a la resolución del mismo. Es preferible ofrecerle medios, antes que darle las soluciones para que lleve las tareas cumplimentadas al día siguiente. Si el niño observa que él nada tiene que ver con el reto de descifrar enigmas, no entenderá para qué sirven las disciplinas escolares ni aprender.

* Demostrar a los niños que la equivocación y el olvido forman parte del proceso inherente de vivir, aprovechando las frecuentes equivocaciones que todos cometemos a lo largo del día –«se me olvidó comprar el pan antes de subir a casa», «no eché sal a la comida», «marqué equivocadamente el número de teléfono, etc.– para trabajar la tolerancia a la frustración. Muchos niños abandonan la tarea antes de acabarla por miedo a equivocarse. La actitud de insistencia ante las tareas escolares que parecen difíciles tiene de base una buena autoestima. Es beneficioso para el éxito escolar incorporar expresiones afectivo-familiares del tipo: «No pasa nada», «Por eso existen las gomas de borrar», «Si los niños supiesen hacerlo todo, no existirían los colegios», etc.

* Aprovechar los cauces que existen en los centros escolares para participar como padres/madres activamente, de tal forma que el niño/a, al observar y sentir el compromiso de su familia con la institución escolar, se sienta comprometido y responsable ante su propio proceso. «Si mi padre y mi madre dan importancia a lo que se hace en este espacio donde paso tantas horas al día, será que la tiene».

* Tener claro, cuando estamos gestionando la vida familiar, que la recompensa –si es que interaccionar con el conocimiento no lo es– se obtiene siempre después del esfuerzo, y no antes. Nunca se debe dar «el premio» al niño antes de ponerse a realizar su trabajo, sino al final del mismo.

* No dejar que los tiempos de trabajo en casa dependan de si el niño/a lleva o no tarea escolar. Dedicar un tiempo diario –no tiene por qué ser prolongado, pero sí guiado cuando hablamos de primer ciclo– a la lectura de cuentos que tengan significación para el niño. Comentarlos con ellos, escenificarlos, reinventar otros finales, puede ayudarles a incorporar estrategias de automotivación.

* Ofrecerles espacios no escolares de desarrollo que vayan más allá del tiempo en casa frente a la tele. Los teleniños pueden acabar siendo «silenciosos niños difíciles». Es importante que los espacios y tiempos no escolares no tengan fines curriculares ni se conviertan en espacios para evaluar o diagnosticar a los niños. Basta con que en ellos estén contentos.

* Ayudarlos a verbalizar los pasos que han dado para llegar a tomar una decisión o para resolver un problema determinado sirve mucho a los niños pequeños –que todavía carecen de un buen lenguaje interno– para autorregularse, favoreciendo la concentración y la autoorganización.

* Pensar como familias que una inversión de tiempo –en la escuela y en casa– a tiempo –durante la etapa de Primaria– puede ser la clave para evitar un posible fracaso escolar.

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